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EL MAR

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Allí estaba en el infinito mar, en silencio, tan solo interrumpido por el sonido de las olas que mecían suavemente  la embarcación. No había nada alrededor, solo la inmensidad del mar, el vacio horizonte misterioso, se divisaba como una línea curva en la lejanía. ¿Qué habría más allá de aquella delgada línea que separaba los destinos?

El reflejo del sol vestía de distintos colores el agua, las olas formaban destellos de plata que refulgían caprichosamente, la suave brisa  despertaba mis sentidos con su olor a salitre, recuerdos de arena y sol.

El mar me acunaba suavemente en su incesante bamboleo, como arrullo maternal, infundiéndome  paz y sosiego. Sentía una agradable sensación de libertad, estaba solo ante el inmenso mar azul, sin ataduras, dueño de mi propio destino. Yo llevaba el timón, marcaba mi propia ruta, impulsado por el viento y guiado por mis sueños.

Mientras navegaba pensaba en los secretos que el mar esconde bajo sus aguas, testigo de batallas, aventuras, naufragios y heredero de ingentes tesoros,  perdidos  bajo sus profundidades. El mar que hoy muestra su cara más amable, puede convertirse en un fiero enemigo vestido de gris, con broncos rugidos, azote de tempestades al que hay que respetar.

El horizonte seguía desnudo, tan solo se adivinaba una ligera bruma suspendida sobre él.  El cielo azul se confundía con el mar, el sonido de las olas y el silencio armonizaban perfectamente este momento mágico en el que me sentía insignificante, como una gota, en la inmensidad del mar. No somos imprescindibles, ni tan importantes como nos creemos, tan solo una  pequeña parte dentro del complejo engranaje que es este mundo. Estamos de paso,  pero debemos contribuir para el sostenimiento y conservación de este extraordinario legado que nos encontramos y debemos dejar en las mejores condiciones a nuestros herederos.  

Al despertar me sentí como un náufrago  de mis sueños, aquella inmensidad azul se había convertido en un cielo gris de un otoño lúgubre, la libertad que sentía se convirtió en un encierro preventivo, la brisa que me acompañaba se tornó en un viento gélido, las olas que acunaban mis sueños se transformaron  en angustias y desvelos. El viento que guiaba mi destino ahora soplaba con fuerza en contra impidiéndome avanzar. Quiero volver a sentir la libertad en la inmensidad del mar.

Estoy sentado en el muelle de la bahía,

Mirando cómo la marea se aleja.

Simplemente estoy sentado en el muelle de la bahía,

Perdiendo el tiempo.

Ottis Redding

La Mer Charles Trenett

Vamonos al mar DePedro

EL MAR

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la mer

Aunque son las 7 de la mañana, el sol ilumina con fuerza mi habitación invitándome a abandonar mi lecho, para iniciar una nueva aventura cotidiana en el recién estrenado día. Es verano se nota en el ambiente, salgo la calle los niños deambulan alegres liberados de la rutina y los estrictos horarios de las tareas escolares. Me encuentro con caras nuevas de aquellos que vuelven a sus orígenes, aunque sea tan sólo por unos días Los que tuvieron que emigrar hace ya años y emprendieron  viaje hacia una nueva vida lejos, pero que sienten el arraigo de la tierra que los vio nacer, a la que todos los años regresan para rememorar aquellos olores, sabores y sensaciones de la lejana niñez con la esperanza de poder volver algún día.

Los pueblos se engalanan para sus fiestas veraniegas, momentos de reecuentros y recuerdos, los más viejos de lugar siente felicidad por ver sus calles pobladas de gente, de vida y alegría, las cuales permanecerán desiertas el resto del año. Las grandes ciudades cobran un encanto especial durante el verano, a diferencia de nuestros pueblos que multiplican su número de habitantes, las urbes quedan desiertas, sus pobladores huyen en busca del ansiado descanso, del cambio de aires. La ciudad se vuelve más habitable nos invita al tranquilo paseo disfrutando de rincones que el resto del año pasan inadvertidos, los colores del atardecer, las calles sin ruidos de motores, bocinas y sirenas nos muestran los encantos ocultos de la gran ciudad.

Los que vivimos en el interior nos sentimos atraídos por la belleza e  inmensidad del mar. Las principales carreteras que llevan hacia las costas se pueblan de multitud de vehículos, con pasajeros armados de paciencia por la demora debida a los atascos, pero cargados de equipaje e ilusiones. Todos queremos huir de la monotonía, broncear nuestros pálidos cuerpos que será la prueba irrefutable ante los demás de nuestras vacaciones playeras. El mar esa inmensa mole de agua salada, morada de piratas, aventureros, conquistadores. Hermoso y misterioso a la vez, siempre me he preguntado… ¿Que habrá más allá de la línea del horizonte? Me encanta contemplar el mar, sentir sus brisa, su olor a salitre el murmullo de las olas que rompen en la orilla, los destellos de los rayos de sol reflejados en su manto o la luna que proyecta su luz trémula. El mar nos causa admiración, respeto y también fuente de inspiración para las artes.

Hoy me he animado a escribir esta entrada, porque no sé por qué motivo se me había metido en la cabeza la conocida canción, la mer, original del cantante francés, Charlie Trenet convirtiéndose en uno de los temas más versionados de la historia de la música, incluida como banda sonora en diferentes films. “El mar tienen reflejos plateados, reflejos cambiantes bajo la lluvia” dice Trenet en alguna estrofa de la canción con ritmo suave y bucólico que se ha convertido en una composición muy popular que ha perdurado en el tiempo.